Una cuidad suele contener calles y aceras (entre otras cosas, claro). Las primeras existen para que los vehículos motorizados circulen, transportando personas y mercancías de un lugar a otro. Las segundas permiten al principal protagonista de la ciudad (la persona, el ser humano) desplazarse también, quedando su uso restringido únicamente al peatón.
Las intersecciones entre ambas estructuras (calles y aceras) suelen estar reguladas por ingenios mecánicos (semáforos) que van dando paso alternativamente a los peatones y a los vehículos, mediante un simple sistema de señales de color. En otras ocasiones, simplemente existen pasos señalados («pasos de cebra«) por los cuales los peatones tienen el derecho de pasar, y los vehículos la obligación de ceder el paso.
En muchas ocasiones he escuchado (y algunas de ellas incluso participando) discusiones sobre el hecho de que las ciudades de hoy en día están pensadas únicamente para los vehículos, y no para los peatones, las personas, que vuelvo a recalcar, son los principales protagonistas de la urbe. Mi opinión, después de vivir más de 30 años en una gran ciudad, y siempre como peatón (nunca como conductor, y eso tal vez tenga su influencia) es que, efectivamente, tanto en el diseño de la ciudad moderna, como en el pensamiento de la mayoría de la población, el peatón pasa a un segundo lugar, y siempre debe ceder (por su bien) ante el paso de vehículos.
Los pasos de cebra se vuelven, de esta forma, inútiles y peligrosos, y no sirven para nada. Las aceras son lugares por los que hay que andar muy atentos: motos por allí, bicicletas por allá, entradas de aparcamientos por el otro lado… ya no te puedes sentir seguro en ningún sitio.
No cuento ahora mismo con estadísticas de atropellos, pero si que cuento con un suceso que ha marcado un antes y un después en lo que a derechos del peatón de refiere: el atropello (y asesinato) en Sevilla de un pobre inocente, cuando pasaba por un paso de peatones, por parte del tristemente «famoso» Farruquito. Pues bien, dicho señor (el asesino) sigue libre (y conduciendo), y Benjamín Olalla (que así se llamaba el asesinado) sigue en el cementerio. Y todo ello es la viva demostración de que no existe la justicia al respecto. Y todo ello nos lleva a todos los peatones a pensárnoslo dos veces antes de usar un paso de cebra. Perdimos nuestros derechos, y no sabemos cómo.
Por último, saludar desde aqui a todos los malnacidos descerebrados que trabajan en la sede de la empresa Enresa de la calle Emilio Vargas de Madrid, y que al entrar o salir de su parking con sus estupendos coches (sin mirar) no caen en la cuenta de que pasan por el medio de una acera, hasta hace poco santca-sanctorum de los peatones, pero hoy en día un simple sitio donde morir atropellado, sin posibilidad ni siquiera de que la justicia reconozca luego que te asesinaron. 🙁
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