Desde que mi hermano Santiago hizo el Camino de Santiago desde Roncesvalles en 1995, siempre tuve en mente «escaparme» un mes y repetir su hazaña… finalmente, no pudo ser el mes completo, pero si al menos 15 días, que me daban para los últimos 300 kilómetros (desde León) del Camino francés.

Siendo como es éste año jacobeo, y coincidiendo las fechas (en parte) con las vacaciones de Semana Santa, esperaba encontrar bastante gente haciendo el Camino, como así finalmente ha sido. La masificación supone cosas buenas y cosas malas: por ejemplo, entre las buenas, siempre tienes gente «a la vista» con quien poder hablar, al haber tanto peregrinos hay mucha más atención de la gente en los pueblos, etc… pero luego están las malas, y entre ellas la que hace que el Camino adquiera una nueva característica hasta ahora nunca a nadie se le había ocurrido: se convierte en una «carrera por la litera».

¿Y eso qué es? Pues simplemente que hay que ser lo suficientemente hábil, rápido, tramposo, o lo que sea, como para llegar a cada albergue de peregrinos entre los primeros y poder así conseguir un sitio digno y barato donde dormir. Si llegas cuando el albergue está completo (cosa fácil este año) o bien duermes en el suelo, o en el polideportivo, o te buscas la vida en hoteles, hostales y casas que alquilen habitaciones.

El problema es que el Camino, tal y como se te plantean las cosas antes de empezarlo, es para disfrutar desde muchos puntos de vista, siendo el primero y más importante el espiritual. Luego también está el cultural, el gastronómico, el de las relaciones inter-personales, el deportivo, y así muchos más.

Pero claro, si desde que te levantas y sales del albergue a primera hora de la mañana estás ya pensando en conseguir una nueva cama de albergue donde dormir, todos los motivos (excepto el deportivo) desaparecen. Y nos convertimos en gente andando antes de que amanezca (con linternas, supongo). Gente que no para ni a desayunar, ni a tomar fotos, ni a hablar con las gentes del lugar. Gente estresada…. lo que faltaba, cuando el Camino se supone que debe ser un retorno a las cosas sencillas, lejos del estrés de la vida moderna…

Está claro que no se puede, ni se debe, impedir la afluencia de gente al Camino. Pero tal vez si que habría que buscar mecanismos, normativa, medios, para que esto deje de suceder.

Por cierto, que la próxima vez (si la hubiera) me gustaría hacer el Camino del Norte (mucho más desconocido y «desierto») o bien el Camino de la Plata, desde Sevilla (tres cuartos de lo mismo).