Leo en el «20 minutos» (periódico gratuíto que distribuyen en Madrid y en otras ciudades, y que ya intentaron destruir en su día los «gobernantes» del PP, viva la cultura y la libre información…) un artículo de opinión, escrito por Manuel Saco, y me permito traer aquí la frase que me ha parecido más genial:

«Ahora, en los jardines de la Moncloa se puede distinguir al primer golpe de vista quién es el perro de guarda y quién el presidente. Ahora ya solo ladra el perro»

Os adjunto el artículo completo, que no tiene desperdicio… 🙂

No se lo van a creer
Creo que les va a dar algo

Manuel Saco

No hay mejores defensores de la teoría de que ¿el tamaño no importa? que los que la tienen así de pequeña. Los bajitos, por su parte, se consuelan con aquello de que la esencia viene siempre en frascos chiquititos. Y los feos presumen de obtener mejores notas que los bollitos, aunque liguen menos. El ser humano es así, tiene esta habilidad fantástica para hacer de la necesidad virtud. Hace muchísimo tiempo, antes de que Rodríguez Zapatero ganara las elecciones, hubo en este país un presidente insufrible (hace ya tanto tiempo, la verdad…) que aparte de ponerse calzas en los zapatos para estar a la altura de no se qué circunstancias, odiaba a la gente simpática. Como demostró en algún mitin, él tenía la gracia testicular de los falangistas, los mismos que en el bachillerato nos daban Formación del Espíritu Nacional a hostia limpia (y aquí es donde venía la gracia, cuando se reían ellos, mientras tú te retorcías de dolor sangrando por un oído). Pero tan particular sentido del humor ya no era exportable a una democracia formal. Asi que, como no podía hacer gracia echando mano de la tortura, tan de moda hoy en el Irak que tan imprudentemente fue a liberar, dividió al mundo entre gobernantes simpáticos, como Chirac, y gobernantes serios, como Bush (y no se equivoca: lo de Bush es verdaderamente serio). Y se alió con la cofradía de la gente adusta, quizá porque el mundo no está para coñas, debió de pensar él en un momento de distracción. Esa teoría, como tantas otras del pensador insufrible, acabó creando escuela en su partido, y ya Mariano Rajoy, por ejemplo, se permite exigir a Zapatero que ¿defienda a España en lugar de repartir sonrisas?. Estos restos del naufragio electoral no soportan que ahora en los jardines de la Moncloa se pueda distinguir al primer golpe de vista quién es el perro de guarda y quién el presidente. Ahora ya solo ladra el perro, aunque me cuentan que están intentando quitarle la manía a fuerza de pastillas sedantes. Por eso creo, en mi humilde opinión, que el trío formado por Rajoy, Acebes y Zaplana no debería dejar el tratamiento hasta que lo decidiese el médico de cabecera. De lo contrario, un día de estos les va a dar algo.